domingo, 2 de abril de 2023

Privacidad e intimidad... ¿Qué compartimos, qué nos reservamos?

PRIVACIDAD
La privacidad es un privilegio,
la intimidad una necesidad y un derecho.

Podemos perder privacidad por exigencias de la disposición y acceso a determinados espacios físicos. No todos disponen de viviendas amplias que permitan disfrutar de espacios individuales además de los comunes.

Perdemos privacidad al convivir. La perdemos cuando estamos ingresados en un hospital y compartimos habitación. En este caso, pueden acceder muchas personas al espacio donde estamos sin que podamos evitarlo y, a veces, sin nuestro consentimiento. También la perdemos al estar en espacios públicos donde el acceso es libre y, por lo tanto, es fácil que se contaminen con ruidos, gritos o interrupciones a la esfera privada.

La sensación de pérdida de privacidad provoca que aflore la irritabilidad y el estrés. Nuestro organismo se pone en guardia, a la defensiva y nuestras conductas pueden volverse más agresivas.

En la convivencia de pareja es esencial respetar los espacios privados. Para convivir en armonía es importante hablar de este tema y llegar a pactos. No obstante, aunque no siempre es posible evitar perder cierta privacidad, siempre debemos luchar para mantener en lo posible espacios de intimidad.

INTIMIDAD
A veces tenía la sensación de que su intimidad se hallaba dotada de un coraje y una ferocidad que yo nunca había conocido, y la conciencia de esta falta llegaba a producirme cierta desazón que se aposentaba en mi boca como un gusto seco y despertaba en mí un anhelo que no lograba aplacar con nada.

Vivimos en un mundo lleno de contradicciones, odio y agresiones de todo tipo, y todos sabemos que es muy difícil seguir viviendo así. Sólo podremos vivir en equilibrio si conseguimos proteger: la intimidad.

En este refugio tan necesario podemos encontrarnos a nosotros mismos y así compartir con otra persona lo que somos. Lo cierto es que para llegar al amor siempre es necesario recorrer el camino de la intimidad.

INTIMIDAD: Necesidad básica de todo ser humano. Interconexión plena y profunda que nos enraíza con nosotros mismos y, a partir de ahí, con otro ser humano. Territorio interior delicado que no debe ser invadido ni expuesto a agresiones.

Las relaciones de amor son relaciones de intimidad.

El territorio de la intimidad es protector, acoge y no arremete. En él podemos ser nosotros mismos sin necesidad de protegernos con máscaras para ser aceptados.

La intimidad no se encuentra, se construye en un trabajo lento de orfebrería con materiales como la confianza, la generosidad y el respeto.

El respeto al territorio íntimo requiere el cultivo de la sensibilidad, la delicadeza y la ternura.

La intimidad, salvaguarda de nuestro misterio y el misterio del otro; respeta su núcleo y su esencia; su espacio de soledad y silencio; su espacio físico, sus cosas y sus relaciones. También supone el reconocimiento de su derecho a compartir espacios de intimidad con otras personas. La confianza en uno mismo y en el otro constituye la base de la intimidad.

Para ganar espacios de intimidad es necesario mostrarse de forma honesta y compartir lo que somos y sentimos, incluyendo las frustraciones. Significa defender nuestra integridad, alimentar nuestra autoestima y fortalecer las relaciones con todos los que nos rodean. Este tipo de sabiduría es el trabajo de toda una vida y pide, entre otros ingredientes, mucha paciencia.

Cuando ejercemos la opción de abrir nuestros espacios de intimidad a otras personas, además de a nuestra pareja, pueden aparecer algunas emociones desequilibrantes.

Los celos y el sentimiento de abandono son algunas de las consecuencias de la activación de nuestros programas de vínculo y supervivencia. El caos emocional que se desencadena tiene mucha relación con nuestro afán de posesión, nuestra inseguridad y falta de generosidad. En definitiva, surge por nuestra incapacidad para asumir las consecuencias de la libertad del otro.

Nadie es propietario de nadie y cada uno debe decidir con quién y hasta dónde va a compartir su intimidad. Tenemos el derecho a gestionarla de la forma que creamos oportuna.

Para convivir en pareja será preciso aprender a respetar y a preservar este espacio si queremos construir un amor desde la libertad y no desde el dominio.

Jamás tuve intención alguna, consciente o involuntaria, de ejercer dominio o poseer a nadie; sin embargo, he aprendido con dolor que aunque se sienta preocupación por alguien, no se debe bajo ninguna circunstancia invadir su espacio de intimidad; por el contrario, se tiene que esperar pacientemente, escuchar atentamente, aconsejar y ofrecer ayuda con el respectivo apoyo emocional, tan simple como un cálido abrazo que reconforta y hace sentir la confianza que permite abrir esos espacios de intimidad para compartir con honestidad lo que se está sintiendo y pensando.

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