Elige lo que te abre; a los otros, a nuevas experiencias, a diversas alegrías.
Evita lo que te encierra y lo que te entierra.
Han escuchado: "Dime con quien andas y te diré quién eres". Pues con este dicho se afirma que somos lo que nuestras relaciones. En lo que se refiere a nuestra pareja, tenemos lo que nosotros hemos elegido, por no decir lo que "nos merecemos".
Con esta afirmación tan dura y difícil de aceptar, está claro el hecho de que la pareja no nos viene impuesta (por lo menos en nuestra sociedad y cultura) y, por ello, somos responsables de la elección que hacemos y de las consecuencias que se derivan de ella. Por lo tanto, tenemos el derecho y la obligación de dejar a nuestra pareja si la relación nos bloquea, nos repliega o es destructiva para nosotros.
Decir pareja no es decir amor. Se puede amar a alguien y no formar pareja. También es posible convivir y no amar.
Las razones por las que elegimos a nuestra pareja pueden ser de lo más variadas aunque sabemos que, si son equivocadas, la relación fracasará.
Son malas razones para formar pareja; por ejemplo, evitar estar solos, el miedo a no encontrar una persona más adecuada en el futuro, la seguridad económica, el estatus o porque es lo que se espera que uno haga.
La pareja sólo se justifica si constituye un espacio de desarrollo personal y conjunto. De no ser así, será tan sólo fuente de mayor soledad y sufrimiento.
Algunos nos quejamos de nuestra pareja, pero no estamos dispuestos a actuar en consecuencia.
A veces escogemos mal y después decimos que nos engañan. Y si bien no elegimos ni a nuestros padres ni a nuestros hijos, sí que escogemos a nuestra pareja y, por este motivo, somos responsables de nuestra relación.
Lo cierto es que, según la pareja que elijamos, nos construiremos mejor o peor y, en todo caso, de manera diferente.
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